Francisco Cohello
Lima -
El café de la mañana del 17 de diciembre de 1996 no parecía muy distinto al de otros que suelen deparar las semanas previas a las fiestas de fin de año. La vida cotidiana transitaba en su normal dirección: gente que va de compras, congestión de tránsito en horas punta, tensión por los gastos, algo de estrés y los escándalos de la política agazapados tras los preámbulos de la festividad. Sin embargo, todo cambió en apenas una noche. Todo.
Además de los protagonistas, los primeros en enterarse estuvieron en las redacciones de los diarios, las radios de noticias y los noticieros de TV. En esos lugares, el estupor en los rostros de los periodistas, confundido con la incredulidad, era el síntoma de un acontecimiento de enormes dimensiones: en la residencia del embajador de Japón, Morihisa Aoki, donde se desarrollaba una recepción por un nuevo aniversario de ese país, el terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) había secuestrado a todos los asistentes, unas 700 personas, entre ellas, la madre del entonces presidente Alberto Fujimori. Era, como suelen decir los hombres de prensa, una bomba noticiosa.
CIFRAS DEL HORROR. Las primeras cifras empezaron a decantarse esa noche y los días siguientes. Los terroristas del MRTA eran 14 y, conscientes de la imposibilidad de controlar a la totalidad de rehenes, liberaron a alrededor de la mitad apenas unas horas después del golpe. Los ancianos y la madre del Presidente, doña Matsue Fujimori, ganaron las calles sin sobresaltos. Nuevas liberaciones se produjeron los días 20 de diciembre (38), 22 de diciembre (255) y 28 de diciembre (20). Al final, los emerretistas encuentran en 72 rehenes la masa crítica necesaria para empezar a negociar, deliberar y jaquear al gobierno para sus oscuras pretensiones: dinero, asilo en el exterior, protagonismo mediático y golpe orientado a mejorar sus cuadros.
Era evidente además que entre los "escogidos" por los subversivos se hallaban personajes de relevancia política y social, líderes a los que podían usar como elementos de presión para las negociaciones.
Allí estaban el entonces canciller Francisco Tudela, los exministros Rodolfo Muñante y Dante Córdova; los congresistas Gilberto Siura, Carlos Blanco y Luis Chang Ching; el almirante Luis Giampietri; así como los vocales supremos Moisés Pantoja, Carlos Giusti, Alipio Montes de Oca, Luis Serpa y Hugo Sivina.
LA PESADILLA EMPIEZA. Adentro, en las entrañas de la residencia -se supo después- lo vivido era el avant-premier de una pesadilla. En algún momento, sobre todo en el inicio de la toma, los sanitarios colapsaron. Largas filas se formaban tras las puertas de los servicios higiénicos, que en algún momento se quedaron sin agua. Los rehenes tuvieron que dormir apretujados en cuartos pequeños, con la ropa sucia y con el hambre haciendo estragos en sus estómagos vacíos.
Una idea de lo vivido lo representa la respuesta del embajador japonés al consultársele, ya libre, si tenía pesadillas con el secuestro. "Por supuesto", respondió. Y añade: "Soñaba siempre que me encontraba nuevamente de rehén y que me iban a disparar en la cabeza. Me despertaba con el corazón latiéndome muy rápido. Sudaba".
Con cada día de secuestro, la tensión iba en aumento. El 26 de diciembre se escuchó una detonación dentro de la residencia. Un día antes de acabar el año, el 31 de diciembre, un grupo de reporteros gráficos fueron invitados a ingresar. El cabecilla del MRTA, Néstor Cerpa Cartolini, apareció arrogante y omnímodo para expresar sus demandas ante la prensa.
Una serie de hechos fueron alimentando, luego, las dudas y especulaciones. A inicios de febrero, gestos y música provocativa emitida por tropas de la Policía ocasionaron que los emerretistas respondieran con ráfagas de metralleta.
En ese mismo mes -pese a que en un inicio el gobierno se negó a negociar-, con el paso de los días y la tensión instalada como una nube en el cielo de San Isidro, el presidente Fujimori se decidió a nombrar a un equipo negociador, presidido por el ministro de Educación, Domingo Palermo, e integrado por el embajador canadiense Anthony Vincent, el cardenal Juan Luis Cipriani y un delegado de la Cruz Roja.
LOS TOPOS. Así, en medio de las negociaciones, casi todas infructuosas -que incluyeron consultas con países extranjeros como Cuba para saber si estaban dispuestos a asilar a los terroristas-, el gobierno fue ejecutando un sigiloso y detallado plan orientado a tener un freno de emergencia si las tratativas fracasaban. Entonces, secretos micrófonos y pequeñas cámaras de video fueron ingresando camuflados en biblias, botellas de agua y juegos de mesa.
El plan tenía como plato de fondo la construcción de un túnel que iba a permitir el ingreso de un grupo de comandos de élite de las Fuerzas Armadas, quienes habían ensayado minuciosamente cada uno de los pasos que implicaba la liberación por esa vía. La ejecución estuvo a punto de abortar cuando un diario de circulación nacional informó de esta estrategia. Afortunadamente, los terroristas la creyeron inverosímil, difícil de ejecutar, y la desdeñaron.
Este comando de élite recibió el nombre de "Chavín de Huántar" -inspirado en la estructura bajo tierra del sitio arqueológico del mismo nombre- y estuvo conformado por 140 comandos del Ejército y la Marina de Guerra. El día elegido fue el 22 de abril de 1997. La hora: 3 y 23 de la tarde. Había que aprovechar que los emerretistas se encontraban jugando un partido de fulbito en el ambiente más amplio de la residencia. Los dispositivos técnicos sirvieron para alertar a los rehenes de que subieran al segundo piso. Todo estaba listo. La hoja más importante de este capítulo de la historia estaba a punto de escribirse.
LA TOMA. Tres fueron las detonaciones que iniciaron el asalto subterráneo. Luego, el humo, el miedo, el ingreso a sangre y fuego, el rescate, la muerte, el valor.
Quince años después, en un día como hoy solo cabe el agradecimiento. Y tener en cuenta tres nombres: los de los comandos Juan Valer Sandoval y Raúl Jiménez Chávez, y el del vocal supremo Carlos Giusti Acuña. En sus memorias reposa uno de los triunfos más resonantes de una guerra interna que casi se tumba al país. Su heroísmo fue una lección imperecedera para una nación sedienta de ejemplos y valores. Las generaciones que les sobrevivan deben saberlo.
Además de los protagonistas, los primeros en enterarse estuvieron en las redacciones de los diarios, las radios de noticias y los noticieros de TV. En esos lugares, el estupor en los rostros de los periodistas, confundido con la incredulidad, era el síntoma de un acontecimiento de enormes dimensiones: en la residencia del embajador de Japón, Morihisa Aoki, donde se desarrollaba una recepción por un nuevo aniversario de ese país, el terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) había secuestrado a todos los asistentes, unas 700 personas, entre ellas, la madre del entonces presidente Alberto Fujimori. Era, como suelen decir los hombres de prensa, una bomba noticiosa.
CIFRAS DEL HORROR. Las primeras cifras empezaron a decantarse esa noche y los días siguientes. Los terroristas del MRTA eran 14 y, conscientes de la imposibilidad de controlar a la totalidad de rehenes, liberaron a alrededor de la mitad apenas unas horas después del golpe. Los ancianos y la madre del Presidente, doña Matsue Fujimori, ganaron las calles sin sobresaltos. Nuevas liberaciones se produjeron los días 20 de diciembre (38), 22 de diciembre (255) y 28 de diciembre (20). Al final, los emerretistas encuentran en 72 rehenes la masa crítica necesaria para empezar a negociar, deliberar y jaquear al gobierno para sus oscuras pretensiones: dinero, asilo en el exterior, protagonismo mediático y golpe orientado a mejorar sus cuadros.
Era evidente además que entre los "escogidos" por los subversivos se hallaban personajes de relevancia política y social, líderes a los que podían usar como elementos de presión para las negociaciones.
Allí estaban el entonces canciller Francisco Tudela, los exministros Rodolfo Muñante y Dante Córdova; los congresistas Gilberto Siura, Carlos Blanco y Luis Chang Ching; el almirante Luis Giampietri; así como los vocales supremos Moisés Pantoja, Carlos Giusti, Alipio Montes de Oca, Luis Serpa y Hugo Sivina.
LA PESADILLA EMPIEZA. Adentro, en las entrañas de la residencia -se supo después- lo vivido era el avant-premier de una pesadilla. En algún momento, sobre todo en el inicio de la toma, los sanitarios colapsaron. Largas filas se formaban tras las puertas de los servicios higiénicos, que en algún momento se quedaron sin agua. Los rehenes tuvieron que dormir apretujados en cuartos pequeños, con la ropa sucia y con el hambre haciendo estragos en sus estómagos vacíos.
Una idea de lo vivido lo representa la respuesta del embajador japonés al consultársele, ya libre, si tenía pesadillas con el secuestro. "Por supuesto", respondió. Y añade: "Soñaba siempre que me encontraba nuevamente de rehén y que me iban a disparar en la cabeza. Me despertaba con el corazón latiéndome muy rápido. Sudaba".
Con cada día de secuestro, la tensión iba en aumento. El 26 de diciembre se escuchó una detonación dentro de la residencia. Un día antes de acabar el año, el 31 de diciembre, un grupo de reporteros gráficos fueron invitados a ingresar. El cabecilla del MRTA, Néstor Cerpa Cartolini, apareció arrogante y omnímodo para expresar sus demandas ante la prensa.
Una serie de hechos fueron alimentando, luego, las dudas y especulaciones. A inicios de febrero, gestos y música provocativa emitida por tropas de la Policía ocasionaron que los emerretistas respondieran con ráfagas de metralleta.
En ese mismo mes -pese a que en un inicio el gobierno se negó a negociar-, con el paso de los días y la tensión instalada como una nube en el cielo de San Isidro, el presidente Fujimori se decidió a nombrar a un equipo negociador, presidido por el ministro de Educación, Domingo Palermo, e integrado por el embajador canadiense Anthony Vincent, el cardenal Juan Luis Cipriani y un delegado de la Cruz Roja.
LOS TOPOS. Así, en medio de las negociaciones, casi todas infructuosas -que incluyeron consultas con países extranjeros como Cuba para saber si estaban dispuestos a asilar a los terroristas-, el gobierno fue ejecutando un sigiloso y detallado plan orientado a tener un freno de emergencia si las tratativas fracasaban. Entonces, secretos micrófonos y pequeñas cámaras de video fueron ingresando camuflados en biblias, botellas de agua y juegos de mesa.
El plan tenía como plato de fondo la construcción de un túnel que iba a permitir el ingreso de un grupo de comandos de élite de las Fuerzas Armadas, quienes habían ensayado minuciosamente cada uno de los pasos que implicaba la liberación por esa vía. La ejecución estuvo a punto de abortar cuando un diario de circulación nacional informó de esta estrategia. Afortunadamente, los terroristas la creyeron inverosímil, difícil de ejecutar, y la desdeñaron.
Este comando de élite recibió el nombre de "Chavín de Huántar" -inspirado en la estructura bajo tierra del sitio arqueológico del mismo nombre- y estuvo conformado por 140 comandos del Ejército y la Marina de Guerra. El día elegido fue el 22 de abril de 1997. La hora: 3 y 23 de la tarde. Había que aprovechar que los emerretistas se encontraban jugando un partido de fulbito en el ambiente más amplio de la residencia. Los dispositivos técnicos sirvieron para alertar a los rehenes de que subieran al segundo piso. Todo estaba listo. La hoja más importante de este capítulo de la historia estaba a punto de escribirse.
LA TOMA. Tres fueron las detonaciones que iniciaron el asalto subterráneo. Luego, el humo, el miedo, el ingreso a sangre y fuego, el rescate, la muerte, el valor.
Quince años después, en un día como hoy solo cabe el agradecimiento. Y tener en cuenta tres nombres: los de los comandos Juan Valer Sandoval y Raúl Jiménez Chávez, y el del vocal supremo Carlos Giusti Acuña. En sus memorias reposa uno de los triunfos más resonantes de una guerra interna que casi se tumba al país. Su heroísmo fue una lección imperecedera para una nación sedienta de ejemplos y valores. Las generaciones que les sobrevivan deben saberlo.
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